Llevaba unas semanas con esta incertidumbre. Por temas personales, no estábamos seguros si íbamos a poder ir a Valencia o no. Esto conlleva un extra de estrés que, sumado a todos los meses de entreno, situaciones familiares difíciles, y a unas cuantas semanas de mucho trabajo, dificultan la concentración.
El camino a un maratón no es fácil. Teniendo prioridades como la familia y un trabajo, tienes que encajar cada entrenamiento haciendo un tetris para que todo salga bien. Pero si realmente te gusta, lo vas a poder lograr.
Finalmente, pasado el mediodía comenzamos el viaje. Cerca de las cinco de la tarde estábamos haciendo el check-in en el hotel. Como siempre, lo primero es ir a recoger el dorsal. Un ritual que hace que te metas de lleno en las carreras. Es la oportunidad para palpar el ambiente. Llegando a la feria del corredor te das cuenta de la magnitud de estos eventos, y más de este. Valencia pretende ser, si no lo es ya, uno de los maratones más grandes y deseados del mundo. Por su recorrido, muy rápido; por la dimensión de los corredores de élite que cada año consiguen que corran por sus calles; y por el gran presupuesto que maneja. Todo esto hace que la feria de corredor, mermada por la pandemia, sea un montaje espectacular e inmenso. Todo excepcionalmente organizado.
Con el dorsal en mi poder recorrimos la feria y el museo de las ciencias. Tras cenar volvimos al hotel para preparar todo el material. Me encontraba sorprendentemente tranquilo y muy relajado Algo inusual, porque siempre tienes ese gusanillo, y más cuando te vas a enfrentar a la distancia mágica. Dormí bien y el despertador sonó.
Desayuné en la habitación. Todo lo traje de casa ya que no caben experimentos el día de la carrera. Un bol de avena, plátano y leche; tostadas integrales con mermelada y una mandarina. Ese fue mi desayuno tomado en el baño de la habitación para no despertar a la familia. Me cambié, y tras despedirme de todos me dirigí a la salida que estaba cerca. Y aquí comenzó todo.
Conforme me acercaba trotando, ya se empezaban a ver decenas de runners de aquí para allá. Unos con su poncho de plástico, otros con su sudadera, otras haciendo cola en los baños públicos para dejar el miedo atrás. El viento azotaba con fuerza y pensé que no nos lo iba a poner fácil ese día. No había una temperatura excesivamente baja, pero hacía un poco de frío. Agradecí haber cogido ese poncho de plástico para esos momentos previos.
Entré en el corral de salida que me pertenecía unos diez minutos antes de la salida que en mi caso era a las nueve en punto. Dorsal rosa. De cuatro horas en adelante. Había otras tres oleadas: a las ocho y cuarto, a las ocho y media y a las nueve menos cuarto.
Un par de minutos antes nos acercamos a la salida. Fue emocionante. Nunca me había emocionado tanto en la salida de una carrera —y ya van cuarenta y cuatro las que he corrido—.
Empezó a sonar la música. La gente levantaba las manos. Miré el reloj: un minuto. Se oyó el pistoletazo de salida y nos comenzamos a mover. Crucé el arco de salida y aquello ya había comenzado.
Los primeros dos o tres kilómetros no me encontraba a gusto corriendo. Quizá por la tensión, los nervios iniciales o que estaba todavía frío, pero no encontraba las sensaciones. Sobre todo, mentalmente. Mi cabeza no había entrado en el maratón. Sí, sabía que estaba allí pero no estaba concentrado. Y si no estás mentalmente fuerte en un maratón, sufres.
Toda la tensión mental de las dieciséis semanas de entrenamiento específico, el trabajo y los momentos difíciles, se hacían notar. La incertidumbre de no saber hasta el último momento si iba a poder correr o no, hizo que mi mente no estuviera centrada. Me hizo dudar incluso cuando sabía que había entrenado muy bien. Estaba más fuerte que nunca, pero…
No voy nunca a competir, voy a disfrutar. Voy a sufrir, a exprimirme, pero a pasarlo lo mejor posible, que para eso somos amateurs. Me gusta correr, me gusta lo que siento corriendo; me gusta el ambiente, el afán de superación y la cervecita de después.
Pasé el kilómetro cinco, primer avituallamiento. Aún no estaba fino. Mi primera intención era ir con el globo de cuatro horas. Es para lo que había entrenado. Aunque sabía que la calidad de mi entreno era para haber ido mas rápido. Entre que no quería gastar ni una bala en ir adelantando para acercarme al globo, que no estaba aún centrado y que el viento acechaba, decidí mantenerme en mi ritmo de sub4 pero por mi cuenta.
Pasé el globo de cuatro horas y cuarto y continué hacia adelante. Comenzaba a sentirme bien. Estaba ya dentro de la carrera y empecé a disfrutar. El ritmo era bueno y las pulsaciones las adecuadas. Paso a paso, poco a poco, con calma que esto es muy largo —pensé. Preferí ser conservador, algo que luego agradecí.
Casi nunca me importa mucho el tiempo que hago en las carreras. Siempre tengo un objetivo, que es el que me motiva e impulsa a entrenar, pero no me vengo abajo o me desanimo si no lo consigo. Por eso decidí guardar fuerzas.
Llegaba el kilómetro quince. Me encontraba muy bien. Estaba muy fuerte. El ambiente era espectacular. Todo el recorrido lleno de gente animando, música, batucadas, gritos. Se te ponían los pelos de punta. Y muchos runners. Muchos.
Más de quince mil tomamos la salida, lo que quiere decir que siempre ibas acompañado. Unos más jóvenes, otros —la mayoría— no tanto. Algunos corrían con huaraches —una especie de alpargatas con las que corren algunos— y hasta pasé un corredor descalzo. En definitiva, gente para todos los gustos.
Llegamos a la media maratón, iba en tiempo. Estaba dosificando muy bien, casi demasiado, pero no me importaba, esto es duro. Ya estaba casi seguro de que lo conseguiría: Esto ya lo he hecho muchas veces —pensé. Está chupado, un medio maratón lo corro con los ojos cerrados —me decía.
Esta es una de mis tácticas mentales para las carreras. Dividirlas en tramos que son asequibles. El maratón lo divido en cuatro: En primer lugar, hasta el kilómetro diez. Algo fácil que lo hago sin problemas. Una vez pasado el diez solo me quedan treinta — en realidad son treinta y dos, pero esos dos se corren solos conque voy recortando—. ¿Solo treinta? Buf. En segundo lugar, me marco como referencia la media maratón. Otros diez más o menos. Ya lo he hecho muchas veces, la media la hago sin problemas, y más a este ritmo que es muy por encima de una media normal. En tercer lugar, hasta el treinta o treinta y dos. Esta es una parte complicada. Ya empiezan a pesar los kilómetros y las piernas lo notan. No hay que pasarse y llegar al treinta en condiciones. Aquí es cuando hay que tirar de cabeza. La gente dice que el verdadero maratón empieza a partir del treinta. Yo creo que se gana del veintiuno hasta el treinta y dos. Una vez llegas allí nada te para. —si has hecho las cosas bien—.
El camino a un maratón no es fácil. Teniendo prioridades como la familia y un trabajo, tienes que encajar cada entrenamiento haciendo un tetris para que todo salga bien. Pero si realmente te gusta, lo vas a poder lograr.
Finalmente, pasado el mediodía comenzamos el viaje. Cerca de las cinco de la tarde estábamos haciendo el check-in en el hotel. Como siempre, lo primero es ir a recoger el dorsal. Un ritual que hace que te metas de lleno en las carreras. Es la oportunidad para palpar el ambiente. Llegando a la feria del corredor te das cuenta de la magnitud de estos eventos, y más de este. Valencia pretende ser, si no lo es ya, uno de los maratones más grandes y deseados del mundo. Por su recorrido, muy rápido; por la dimensión de los corredores de élite que cada año consiguen que corran por sus calles; y por el gran presupuesto que maneja. Todo esto hace que la feria de corredor, mermada por la pandemia, sea un montaje espectacular e inmenso. Todo excepcionalmente organizado.
Con el dorsal en mi poder recorrimos la feria y el museo de las ciencias. Tras cenar volvimos al hotel para preparar todo el material. Me encontraba sorprendentemente tranquilo y muy relajado Algo inusual, porque siempre tienes ese gusanillo, y más cuando te vas a enfrentar a la distancia mágica. Dormí bien y el despertador sonó.
Desayuné en la habitación. Todo lo traje de casa ya que no caben experimentos el día de la carrera. Un bol de avena, plátano y leche; tostadas integrales con mermelada y una mandarina. Ese fue mi desayuno tomado en el baño de la habitación para no despertar a la familia. Me cambié, y tras despedirme de todos me dirigí a la salida que estaba cerca. Y aquí comenzó todo.
Conforme me acercaba trotando, ya se empezaban a ver decenas de runners de aquí para allá. Unos con su poncho de plástico, otros con su sudadera, otras haciendo cola en los baños públicos para dejar el miedo atrás. El viento azotaba con fuerza y pensé que no nos lo iba a poner fácil ese día. No había una temperatura excesivamente baja, pero hacía un poco de frío. Agradecí haber cogido ese poncho de plástico para esos momentos previos.
Entré en el corral de salida que me pertenecía unos diez minutos antes de la salida que en mi caso era a las nueve en punto. Dorsal rosa. De cuatro horas en adelante. Había otras tres oleadas: a las ocho y cuarto, a las ocho y media y a las nueve menos cuarto.
Un par de minutos antes nos acercamos a la salida. Fue emocionante. Nunca me había emocionado tanto en la salida de una carrera —y ya van cuarenta y cuatro las que he corrido—.
Empezó a sonar la música. La gente levantaba las manos. Miré el reloj: un minuto. Se oyó el pistoletazo de salida y nos comenzamos a mover. Crucé el arco de salida y aquello ya había comenzado.
Los primeros dos o tres kilómetros no me encontraba a gusto corriendo. Quizá por la tensión, los nervios iniciales o que estaba todavía frío, pero no encontraba las sensaciones. Sobre todo, mentalmente. Mi cabeza no había entrado en el maratón. Sí, sabía que estaba allí pero no estaba concentrado. Y si no estás mentalmente fuerte en un maratón, sufres.
Toda la tensión mental de las dieciséis semanas de entrenamiento específico, el trabajo y los momentos difíciles, se hacían notar. La incertidumbre de no saber hasta el último momento si iba a poder correr o no, hizo que mi mente no estuviera centrada. Me hizo dudar incluso cuando sabía que había entrenado muy bien. Estaba más fuerte que nunca, pero…
No voy nunca a competir, voy a disfrutar. Voy a sufrir, a exprimirme, pero a pasarlo lo mejor posible, que para eso somos amateurs. Me gusta correr, me gusta lo que siento corriendo; me gusta el ambiente, el afán de superación y la cervecita de después.
Si algo te gusta, hazlo hasta el final.
Pasé el kilómetro cinco, primer avituallamiento. Aún no estaba fino. Mi primera intención era ir con el globo de cuatro horas. Es para lo que había entrenado. Aunque sabía que la calidad de mi entreno era para haber ido mas rápido. Entre que no quería gastar ni una bala en ir adelantando para acercarme al globo, que no estaba aún centrado y que el viento acechaba, decidí mantenerme en mi ritmo de sub4 pero por mi cuenta.
Pasé el globo de cuatro horas y cuarto y continué hacia adelante. Comenzaba a sentirme bien. Estaba ya dentro de la carrera y empecé a disfrutar. El ritmo era bueno y las pulsaciones las adecuadas. Paso a paso, poco a poco, con calma que esto es muy largo —pensé. Preferí ser conservador, algo que luego agradecí.
Casi nunca me importa mucho el tiempo que hago en las carreras. Siempre tengo un objetivo, que es el que me motiva e impulsa a entrenar, pero no me vengo abajo o me desanimo si no lo consigo. Por eso decidí guardar fuerzas.
Llegaba el kilómetro quince. Me encontraba muy bien. Estaba muy fuerte. El ambiente era espectacular. Todo el recorrido lleno de gente animando, música, batucadas, gritos. Se te ponían los pelos de punta. Y muchos runners. Muchos.
Más de quince mil tomamos la salida, lo que quiere decir que siempre ibas acompañado. Unos más jóvenes, otros —la mayoría— no tanto. Algunos corrían con huaraches —una especie de alpargatas con las que corren algunos— y hasta pasé un corredor descalzo. En definitiva, gente para todos los gustos.
Llegamos a la media maratón, iba en tiempo. Estaba dosificando muy bien, casi demasiado, pero no me importaba, esto es duro. Ya estaba casi seguro de que lo conseguiría: Esto ya lo he hecho muchas veces —pensé. Está chupado, un medio maratón lo corro con los ojos cerrados —me decía.
Esta es una de mis tácticas mentales para las carreras. Dividirlas en tramos que son asequibles. El maratón lo divido en cuatro: En primer lugar, hasta el kilómetro diez. Algo fácil que lo hago sin problemas. Una vez pasado el diez solo me quedan treinta — en realidad son treinta y dos, pero esos dos se corren solos conque voy recortando—. ¿Solo treinta? Buf. En segundo lugar, me marco como referencia la media maratón. Otros diez más o menos. Ya lo he hecho muchas veces, la media la hago sin problemas, y más a este ritmo que es muy por encima de una media normal. En tercer lugar, hasta el treinta o treinta y dos. Esta es una parte complicada. Ya empiezan a pesar los kilómetros y las piernas lo notan. No hay que pasarse y llegar al treinta en condiciones. Aquí es cuando hay que tirar de cabeza. La gente dice que el verdadero maratón empieza a partir del treinta. Yo creo que se gana del veintiuno hasta el treinta y dos. Una vez llegas allí nada te para. —si has hecho las cosas bien—.
La última parte, del treinta y dos hasta el treinta y siete o treinta y ocho es mentalmente difícil, pero si te encuentras bien debes permanecer concentrado. Ese es mi siguiente objetivo: Si llego al treinta y ocho ya lo tengo y solo me queda disfrutar. Se que lo voy a conseguir. Una vez pasado ese punto, los últimos kilómetros son para gustarse y saborear el trabajo bien hecho y dejar que la emoción te invada.
Pero volvamos a mi carrera. Íbamos por la media maratón y ya sabía que lo iba a conseguir. Me entraron ganas de apretar, pero me frené. No quería desfallecer antes de tiempo porque no sabía que ocurriría. Si controlo mis pulsaciones, sé que voy a llegar fuerte. Los kilómetros pasaban. Del veintiuno al veintisiete o veintiocho se me hicieron largos. El viento pegaba y lo hacía más difícil pero algunos tramos donde la gente animaba sin parar y había música a todo volumen, me llevaban a un estado de felicidad y motivación como ninguno. Llegué al kilómetro treinta y notaba ya las piernas tocadas. Tenía la impresión de que si forzaba un poco me iba a acalambrar con lo que mantuve el ritmo. Por si acaso. Pasé el treinta y uno y el treinta y dos muy contento. ¡Solo diez!¡Solo diez! Gritábamos. También lo hacía para adentro. ¡Vamos!
Algo que ya me pasó en el primer maratón que corrí en Zaragoza, es que al llegar al kilómetro treinta y ocho ya sabes que lo vas a conseguir, seguro. Y el subidón es brutal.
A partir de allí aumenté el ritmo. Pasábamos por el centro de la ciudad abarrotado de gente animando y gritando. Yo me encontraba muy bien y casi sin pensarlo comencé a correr más. Pasaba a mucha gente. Muchos de ellos cadáveres andantes que habían encontrado su límite y que iban a llegar a rastras. No era mi caso. Lo estaba dando todo y las piernas respondían.
Los últimos dos kilómetros son indescriptibles. La emoción fue máxima. Comencé a llorar. Nunca había sentido esto corriendo. Guau. Por todo, por las circunstancias, por el ambiente, por el esfuerzo, que sé yo, pero fue algo brutal. No puedo explicarlo.
Los últimos cinco kilómetros corrí mas rápido que los treinta y siete anteriores y acabé el último por debajo de cinco el kilómetro. Iba desbocado. A falta de cuatrocientos metros entré a la alfombra azul y al torcer un poco allí estaba, la meta. Ya la podía ver, la podía sentir y casi tocar. Ya era mía, esa medalla era mía. Después de cuatro horas y una montaña rusa de emociones había llegado. Crucé la meta en cuatro horas, cinco minutos y ocho segundos.
La sensación de realización es grandiosa. Estás muerto, pero más vivo que nunca. Tus piernas no pueden dar un paso más, pero estás eufórico, eres imbatible. Feliz.
Correr significa mucho más que salir a trotar. Hace que sientas cosas que nunca vas a poder sentir de ninguna otra manera. Sirve para desestresar, liberar la mente y auto motivarte. Aumenta tu creatividad, tu felicidad y tus ganar de continuar adelante. Eres mejor persona y mejor ser humano. Te hace física y mentalmente más fuerte. No necesitas nada más que una camiseta, un pantalón y unas zapatillas, y ni si quiera eso. No se trata de ser el más rápido sino de encontrar el mayor grado de felicidad. Yo seguiré hasta que no pueda más. Porque si algo te gusta hazlo hasta el final.