Behobia es una carrera especial. Y esto se nota al ver el ambiente que se respira el día de antes, en la salida y a lo largo de todo el recorrido. Cincuenta y siete ediciones lo dicen todo.
Cinco años nos ha costado correr la Behobia – San
Sebastián. En 2017 teníamos dorsal, pero Mapi se quedó embarazada y tuvimos que
aplazarla. Por fin, en 2022 pudimos correr. Hace meses que teníamos programado
ese viaje. Reservé el hotel hace muchos meses, pero unas semanas antes nos lo
cancelaron por overbooking. Una faena. Tienes las mismas posibilidades
de encontrar un alojamiento por la zona, a precio razonable y a un mes de la
carrera, como de adivinar el número de la lotería del próximo domingo. Después
de mucho bucear por la red, pude reservar hotel en Tolosa, a veinte kilómetros
de San Sebastián.
Llegamos el sábado a mediodía y lo primero que hicimos
tras pasar un atasco de narices en la entrada a la ciudad, es ir a recoger
nuestro tan preciado dorsal. Una rutina de las carreras que hace especial
ilusión a los que nos gusta esto de correr. Había una fila importante que
cruzaba el puente del Kursaal pero en poco mas de diez minutos ya lo teníamos
en nuestras manos.
Ir de pinchos en San Sebastián es algo casi
obligatorio. La gastronomía es religión y dimos fe de ello. Ambiente de pinchos
y vinos tras cada esquina. Con estómago lleno fuimos a comprar los billetes de
tren, el que nos llevaría a la salida al día siguiente. Tras dar un pequeño
paseo fuimos al hotel a descansar.
Una de las diferencias que tiene esta carrera con
muchas es que la salida y la meta no están en el mismo lugar. El trasladar a
30.000 corredores a la salida no es fácil pero el servicio de tren es perfecto.
El inconveniente es que te tienes que levantar muy pronto para poder llegar a
Behobia, en nuestro caso dos horas antes de la salida. Son unos 45 minutos en
tren -lata de sardinas- desde San Sebastián. Después hay que andar unos 2,5
kilómetros hasta la salida. No todo puede ser perfecto. Para otro año, tengo
claro que el alojamiento lo reservaré cerca de la salida y luego ya volveré en
tren después. Así me ahorro el madrugón.
Ya en la salida el ambiente era increíble. Miles de
corredores revoloteando por todos los lados. Unos bebiendo, otros comiendo y otros
conversando. Muchos haciendo cola para el baño. En definitiva, lo que es una
carrera. Hicimos tiempo sentados por ahí antes de colocarnos en el cajón. La
salida se da por cajones a los que accedes dependiendo de la marca que puedes
acreditar. Nosotros teníamos el cajón 16 y salíamos a las 11:12.
Música, nervios, fiesta, pantallas gigantes, alegría y
relojes cogiendo la señal del GPS. Es lo que te encuentras antes de la salida.
Eso y lo que sería la tónica general durante todo el recorrido: gente animando.
Mucho gentío ya en la salida se acercó a animar a los que salíamos. Aquí se
nota que esta carrera es algo especial para los de aquí.
3,2,1… ¡salimos! Comenzamos la carrera. Al principio
como siempre, mucha gente adelantándose y todos intentando encontrar nuestro
sitio. El objetivo no era otro mas que disfrutar corriendo y vivir la
experiencia. Sin tiempos. Mi papel era el de acompañar a Mapi e intentar guiarla
hasta el final. La carrera comienza con una parte dura en sus primeros 4
kilómetros. Una subida que te pone a tono, pero como vas con la adrenalina a
tope no se hace muy dura. Continuamos con un trote suave pero constante, entre
5:35 y 6:00 el minuto según el kilómetro.
Behobia – San Sebastián es exigente. Tiene tres
subidas importantes, sobre todo del kilómetro seis al siete y del diecisiete al
dieciocho. Entre medias un sube baja constante. Esta exigencia es amortiguada
por la constante animación a lo largo de todo el recorrido. No hay un kilómetro
sin gente. Bandas de música, diskjokeys, gente en los balcones…no falta de
nada. Es emocionante. Te dan un chute de adrenalina que ni un Redbull.
Llegaban los avituallamientos. Muy bien organizados y
con mucha cantidad de agua e isotónico. Creo recordar que ocho o nueve en todo
el recorrido. No hay que dejar de beber nunca. No hay que saltarse ningún avituallamiento.
Y menos en días calurosos como el que nos salió. ¡Llegamos a 29 Cº! En uno de
ellos pude coger al vuelo un trozo de naranja que me sentó como los ángeles.
Iba muy cómodo, a un ritmo bastante inferior al que
estoy acostumbrado, pero aun así los kilómetros no son gratis. La cuesta del
seis al siete se hizo larga. Una subida por la autovía, tendida pero larga que
te lleva al límite durante mil metros. Salvo este trozo del recorrido, y algún
pequeño tramo a mitad, el resto es muy bonito. Ya por el final, de repente,
llegas a un alto en el que aparece de fondo el puerto de Pasaia con el mar de
fondo. Qué bonito.
Con treinta mil corredores nunca vas solo. Siempre
tienes gente alrededor y el ambiente es magnífico. Van pasando lo kilómetros.
Vamos disfrutando. A Mapi se le ve bien, sufriendo un poco pero bien y sin bajar
el ritmo en ningún momento. Llegamos a la última subida. Una cuesta que a estas
alturas no apetece nada superar pero que sabes que cuando corones, en el
dieciocho, solo te quedan dos kilómetros cuesta abajo y el objetivo estará
cumplido.
Empezamos a subir, el corazón se acelera, los pasos se
acortan y las piernas llegan a su máximo esfuerzo. Poco a poco, paso a paso, vamos
ganando metros. Vemos a gente andando -ya desde el kilómetro cuatro-. Vamos muy
bien y nos juntamos con la liebre de dos horas. El tiempo que finalmente
haremos contando el entrenamiento que llevaba Mapi será muy bueno —pienso. Finalmente,
coronamos con los ánimos de una gente que no ha parado de animar durante toda
la mañana. No había casi ni un metro del recorrido vacío.
Finalmente, cruzamos la meta en dos horas y dos
minutos. ¡Conseguido! Al fin hemos podido correr Behobia después de tantos años
con ella en la cabeza. Ahora nos esperan nuevas carreras, nuevas experiencias. Ya
he reservado el hotel para el año que viene. Volveremos.